Ese mismo actor es el que ahora, con la noticia de su muerte, me hace pensar:
Que antes los parientes leían una carta, venida tal vez también de algún lejano país de Europa, y en el segundo o tercer parágrafo, levantaban las cejas sorprendidos (y tal vez un poco asustados) al enterarse que aquel primo tan simpático, aquella tía tan querida o aquella abuela, ya olvidada, no eran más.
Que aquella vecina que saludábamos en nuestro paso por la puerta del edificio, o que el cartero de siempre, o que el tendero de atrás, habían partido del mundo dejando sólo el recuerdo.
El golpe seco de la ausencia súbita, debió sentirse de manera más gélida, cuando la persona en cuestión, de forma insólita, desaparecía de la existencia por vez segunda. Primero se iba de nuestra realidad, después se iba de la de ella misma. La muerte en dos tomos. Dos entregas. Dos separaciones.
Hoy no tenemos parientes, amigos o conocidos. No lejos. Cada vez menos cerca.
Tenemos celebridades. Simulaciones de relaciones. Presencias ausentes, eternas y seguras.
Ya no hay nadie.
Sombras acarician nuestras manos,y lloramos despedidas imaginadas, de personas que nunca conocimos.
Ya no hay nadie.
Y eso está bien.
(Feb 2019)
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