Asomarse al paraíso de las redes sociales es un ejercicio que requiere, ante todo, de estómago; particularmente en la actual encrucijada política que vive nuestro golpeado país.
Leer opiniones acerca de los candidatos y sus seguidores es enfrentarse a un catálogo de las más bajas pasiones humanas. Basta un comentario al aire para recibir las más airadas contrarréplicas y exponerse, de paso, a ser cuestionado en la propia salud mental, o recibir amenazas de perder la física.
Los bandos son muy definidos, en la actual coyuntura, o se es de Peña o se es del Peje. Los panistas y panalistas no existen como interlocutores en el debate, pues no representan posición antagónica alguna. La percepción popular es que son agregados de la carga priísta pues no apoyan bajo ninguna circunstancia las propuestas (o para el caso, la persona) del candidato de "las izquierdas".
No es mi intención hablar aquí de los candidatos, partidos o propuestas, sean éstas existentes o no, sino de la polarización tan radical que se apodera de nosotros al defender nuestras ¿posturas? políticas. Y es que, perdón por la pregunta ¿alguien tiene alguna idea de qué es lo que se encuentra detrás de estas dos impresionantes figuras mediáticas? ¿Alguien sabe de manera exacta y objetiva en qué nos beneficia o nos perjudica uno u otro resultado de la elección presidencial? No pongo en duda que muchos, tal vez más de los que en este momento me imagino, pueden dar puntual respuesta a mi pregunta. Pero ¿la mayoría?
Más que en una guerra de defensa de un proyecto de nación, la gente está involucrada en una lucha encarnizada en contra o a favor de una figura. La figura, como tal, no es más que un signo de algo que se encuentra detrás de ella, pero en esta era mediática (que por cierto, se acerca cada vez más a su fin) la figura vale sólo por sí misma. Y aunque esto se ha hecho evidente a lo largo de toda la campaña de Peña Nieto (al que se le describe siempre como un producto de la mercadotecnia política) hay que pensar que también López Obrador ha sido muy inteligente al postularse como el producto alterno "la competencia de marca" que se enfrenta al monopolio político por la vía de la imagen de la némesis.
Y más allá de la imagen que ambos personajes ahora representan, la reacción de la gente ante ambos tótems es más interesante aún. Sabemos que la política debería ser lo que nos sitúa por encima del resto de la naturaleza (al menos en palabras de Aristóteles), y aún así areciera que es el pretexto ideal para sacar del clóset lo peor de cada persona. La pasión que nos arrastra nos deja en un estado de absoluta indefensión ante nuestros impulsos, y los ataques llenan el panorama de lo que debería ser una discución racional y mesurada.
Estos casos no son desde luego nuevos, ni exclusivos a nuestra realidad. Lo que me hace preguntarme si la política no será un invento humano que nos permite justificar los resabios de animalidad que privan en nosotros y de los cuales no nos podemos deshacer.
Mirándome al espejo, después de enfrentarme al torrente de estupidez que vomitan los defensores o atacantes de uno u otro; después de sorprenderme cayendo en el mismo juego de sangre hirviente y dolor de cabeza; después de respirar profundo y tratar de recordarme que la vida es más que esto; me descubro tenso, con los dientes apretados y los nudillos blancos, y me resulta muy difícil perdonar a todos los políticos del mundo por hacer que nos rebajemos tanto.
La idea de fraternidad es incompatible con el espíritu humano, pero ¿es mucho pedir una tregua donde dejemos de oír nuestras propias voces y empecemos a oír las de los demás?
Leer opiniones acerca de los candidatos y sus seguidores es enfrentarse a un catálogo de las más bajas pasiones humanas. Basta un comentario al aire para recibir las más airadas contrarréplicas y exponerse, de paso, a ser cuestionado en la propia salud mental, o recibir amenazas de perder la física.
Los bandos son muy definidos, en la actual coyuntura, o se es de Peña o se es del Peje. Los panistas y panalistas no existen como interlocutores en el debate, pues no representan posición antagónica alguna. La percepción popular es que son agregados de la carga priísta pues no apoyan bajo ninguna circunstancia las propuestas (o para el caso, la persona) del candidato de "las izquierdas".
No es mi intención hablar aquí de los candidatos, partidos o propuestas, sean éstas existentes o no, sino de la polarización tan radical que se apodera de nosotros al defender nuestras ¿posturas? políticas. Y es que, perdón por la pregunta ¿alguien tiene alguna idea de qué es lo que se encuentra detrás de estas dos impresionantes figuras mediáticas? ¿Alguien sabe de manera exacta y objetiva en qué nos beneficia o nos perjudica uno u otro resultado de la elección presidencial? No pongo en duda que muchos, tal vez más de los que en este momento me imagino, pueden dar puntual respuesta a mi pregunta. Pero ¿la mayoría?
Más que en una guerra de defensa de un proyecto de nación, la gente está involucrada en una lucha encarnizada en contra o a favor de una figura. La figura, como tal, no es más que un signo de algo que se encuentra detrás de ella, pero en esta era mediática (que por cierto, se acerca cada vez más a su fin) la figura vale sólo por sí misma. Y aunque esto se ha hecho evidente a lo largo de toda la campaña de Peña Nieto (al que se le describe siempre como un producto de la mercadotecnia política) hay que pensar que también López Obrador ha sido muy inteligente al postularse como el producto alterno "la competencia de marca" que se enfrenta al monopolio político por la vía de la imagen de la némesis.
Y más allá de la imagen que ambos personajes ahora representan, la reacción de la gente ante ambos tótems es más interesante aún. Sabemos que la política debería ser lo que nos sitúa por encima del resto de la naturaleza (al menos en palabras de Aristóteles), y aún así areciera que es el pretexto ideal para sacar del clóset lo peor de cada persona. La pasión que nos arrastra nos deja en un estado de absoluta indefensión ante nuestros impulsos, y los ataques llenan el panorama de lo que debería ser una discución racional y mesurada.
Estos casos no son desde luego nuevos, ni exclusivos a nuestra realidad. Lo que me hace preguntarme si la política no será un invento humano que nos permite justificar los resabios de animalidad que privan en nosotros y de los cuales no nos podemos deshacer.
Mirándome al espejo, después de enfrentarme al torrente de estupidez que vomitan los defensores o atacantes de uno u otro; después de sorprenderme cayendo en el mismo juego de sangre hirviente y dolor de cabeza; después de respirar profundo y tratar de recordarme que la vida es más que esto; me descubro tenso, con los dientes apretados y los nudillos blancos, y me resulta muy difícil perdonar a todos los políticos del mundo por hacer que nos rebajemos tanto.
La idea de fraternidad es incompatible con el espíritu humano, pero ¿es mucho pedir una tregua donde dejemos de oír nuestras propias voces y empecemos a oír las de los demás?
Señor, muy bien dicho! Me uno a su reflexión, y anoto; hace unos días hablaba con un amigo de otro tema pero hay un punto en común, el día que aceptemos que tenemos aun mucho de animal y antes de abrir la boca para rebuznar, ladrar o morder nos demos tiempo de reflexionar como seres pensantes que somos, ese día tal vez las cosas cambien, mientras tanto, me temo que los afanes partidistas o como bien dices de los fans de un personaje seguirán imperando por encima de análisis y reflexiones profundos de sus propuestas.
ResponderEliminarBien escrito!
Creo que detrás de todas estas actitudes hay escondido un placer onanista. Ver comentarios y respuestas tan viscerales en cualquier artículo de análisis político, o darse una vuelta por twitter o por las páginas de Facebook es encontrar que el diálogo no existe, lo que hay es gente masturbándose mientras escribe todo con mayúsculas. Gracias por el comentario! También pienso que hay mucho qué aprender de los animales.
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