8/07/2012

Pertenencia.

Vengo bajando del cerro, decía. Allá arriba las cosas están peor que por acá. Vine a ver si de este lado me va mejor. 
¿Y sus papás? Le pregunté. Allá se quedaron, me dijo. Son muy viejos pa moverse y más necios pa cambiar. Mi mamá me echó la bendición y mi padre no dijo nada, pero no me quitó la vista de encima hasta que de plano yo ya tampoco lo vi. A ellos no les parece que el sol vaya a salir mejor por otro lado, pero yo digo que hay que buscarle, ¿no?

Y le buscó, y le buscó. Y la verdad no le fue mal. Prosperó, se casó. Tuvo hijos y nietos y, aunque nunca fue rico, era bien visto y hasta respetado. Jamás se metió con nadie y nadie se metió con él. Nunca ayudó a ninguna persona tampoco, pero sólo porque nunca tuvo oportunidad.

Su casa estaba en las faldas del cerro a donde nunca volvió. Siempre que volvía del campo volteaba para arriba antes de cruzar el portón, como temiendo un reclamo de aquella tierra que él había desconocido. Dormía de espaldas a la piedra y a veces en la noche, el rumor de las cavernas en las que jugó cuando era niño le llegaba como un susurro, que le avisaba, sin reproches, pero con total seguridad, que algún día volvería a bajar entrando por sus bocas, llenándose los pulmones de ese aire lleno de tierra y piedra y calor y humedad.

El día de la tormenta, él era el único en la casa. El deslave de lodo cubrió por completo la vivienda, enterrándolo a él junto con todas sus pertenencias, dos o tres animalitos que todavía tenía, y tantos recuerdos de una vida que nunca fue nada especial, pero tampoco malvivida. 

Le lloraron, y mucho. Sus descendientes y sobre todo su mujer, que le sobrevivió. Ocurrió que visitaba a su hermana y la misma lluvia le impidió volver a tiempo para morir junto a su viejo. Desconsolada, pasó los últimos días de su vida (que tampoco fueron tantos) mirando por la ventana como en aquellos días en los que esperaba a que volviera de la faena. Sus ojos siempre acuosos y siempre llenos de esperanza. Así la encontró su nieta, con la sonrisa en la boca que siempre le regaló cuando entraba por la puerta. 

Recuerdo que alguien mencionó que aquello había sido una tragedia. Yo no supe qué pensar.

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