10/11/2012

Entrada.

No se podía estar seguro de lo que era, pero sí sabía que había algo inquietante, tal vez peligroso, acechándole desde hace tiempo. La sensación de cosquilleo en la nuca y los pasos ahogados detrás de los suyos mientras caminaba hacia su casa. El tipo de cosas que todos llegamos a sentir en un momento dado. Con la mano aún en la manija, dudó un poco antes de abrir por completo la puerta. Tampoco se atrevía a voltear.
Suspiró, cerró los ojos un instante y se permitió dos pasos rápidos antes de cerrar la puerta detrás de sí. Con la mano buscó el apagador. La luz tardó en iluminar la estancia, las lámparas fluorescentes ya empezaban a fallar (las había cambiado apenas, habría que ir a la tienda y reclamar la garantía, tal vez al día siguiente). Dejó la bolsa y las llaves sobre la mesa. Como siempre, nadie (¿nadie?) esperando su llegada. Se metió en la cocina. No alcanzó a abrir el refri. En su mente el instante se hizo eterno: su mano estirándose tratando de alcanzar la agarradera de la puerta y el frío del metal que, sutilmente, le desgarraba la fina piel de la nuca. El calor de su sangre comenzando a derramarse y después la desconexión total de sensaciones. Una fotografía de su último momento, y el alivio que da la certeza de saber, sin lugar a dudas, que lo suyo nunca fue pura paranoia.

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