Ahora, vilipendiado, muerto en vida a los ojos de los demás. Me recuerdas otros tiempos en los que eras más bien temido, más bien respetado. ¿Recuerdas cuando el sol volteaba a verte, mientras paseaba por tus dominios? Entonces éramos otros, porque muy a pesar nuestro, todos estábamos condenados a seguir tu luz.
Es tan fácil ejercerte el odio ahora que el poder te ha abandonado. Ahora todos nos entregamos al inenarrable placer público que significa golpear al gigante caído, renegar tres y cien y mil veces de ti y, con razón.
Nos mostraste el rostro del miedo. Nos mostraste la muerte real, no metafísica, ni moral ni pendejadas de ese estilo. Nos demostraste que la materia sí se destruye, y que era posible desaparecer de golpe, quedarse sin historia, sin pasado, sin ser.
Aprendimos que la libertad es un lujo, no un derecho. Que la educación empieza en la edad adulta y que lo primero que uno debe aprender es que el sonido está sobrevaluado. Que la voz sólo suena bien cuando entra en el concierto de las opiniones que tú nos dabas a repetir. Y no, todo era no. Un no inmenso que llenaba cada rincón de nuestra pequeñísima realidad con la fuerza de tu mirada. Contigo teníamos que estar callados, teníamos que comportarnos porque al fin, era de tí de donde venía nuestra vida, y donde nuestra vida iría a parar.
¡Eras Dios en la tierra! ¡Padre estricto y malévolo que dominó el aire que respiramos y el agua que bebemos, bajo cuyo pie todos nos ahogábamos!
Y ahora, hete aquí. Henos aquí, reunidos en torno tuyo, aguardando tu extinción sólo para estar seguros que por fin estamos a salvo.
Cuando por fin mueras, todos formarán fila para escupir tu cuerpo. Todos llegaremos al pie de tu tumba y derramaremos lágrimas de rabia. Por que sólo en tu muerte recordaremos que fuimos nosotros los que nos pusimos en tus manos cuando, cargándote sobre nuestros hombros, mirando fijo al horizonte que prometías, todos nosotros votamos por tí.
Es tan fácil ejercerte el odio ahora que el poder te ha abandonado. Ahora todos nos entregamos al inenarrable placer público que significa golpear al gigante caído, renegar tres y cien y mil veces de ti y, con razón.
Nos mostraste el rostro del miedo. Nos mostraste la muerte real, no metafísica, ni moral ni pendejadas de ese estilo. Nos demostraste que la materia sí se destruye, y que era posible desaparecer de golpe, quedarse sin historia, sin pasado, sin ser.
Aprendimos que la libertad es un lujo, no un derecho. Que la educación empieza en la edad adulta y que lo primero que uno debe aprender es que el sonido está sobrevaluado. Que la voz sólo suena bien cuando entra en el concierto de las opiniones que tú nos dabas a repetir. Y no, todo era no. Un no inmenso que llenaba cada rincón de nuestra pequeñísima realidad con la fuerza de tu mirada. Contigo teníamos que estar callados, teníamos que comportarnos porque al fin, era de tí de donde venía nuestra vida, y donde nuestra vida iría a parar.
¡Eras Dios en la tierra! ¡Padre estricto y malévolo que dominó el aire que respiramos y el agua que bebemos, bajo cuyo pie todos nos ahogábamos!
Y ahora, hete aquí. Henos aquí, reunidos en torno tuyo, aguardando tu extinción sólo para estar seguros que por fin estamos a salvo.
Cuando por fin mueras, todos formarán fila para escupir tu cuerpo. Todos llegaremos al pie de tu tumba y derramaremos lágrimas de rabia. Por que sólo en tu muerte recordaremos que fuimos nosotros los que nos pusimos en tus manos cuando, cargándote sobre nuestros hombros, mirando fijo al horizonte que prometías, todos nosotros votamos por tí.
Me gusta bastante. Si me lo permites voy a compartir tu blog en mi facebook con algunos amigos a los que seguramente les va a interesar leerte y comentarte.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias! Seguiremos reportando.
Eliminar