5/17/2012

Despacio.

A pesar de la sensación de no está pasando, las cosas resultaban más o menos maravillosas.


Las paredes se sentían como jalea untada en los brazos, y los sonidos eran colores y sabores eléctricos que calaban en la piel y ponían los huesos de gallina. Miles y miles de alfileres delicados que se clavaban en la vista y hacían del sudor una experiencia sublime.


Pero yo no estaba.


Mi sombra incólume seguía pegada a la pared, y la caspa que había caído de mi cabeza instantes antes. Había un par de zapatos sobre el piso alfombrado, y el inconfundible olor que queda en una habitación cuando una persona ya se ha ido.


En la ventana estaba, inconfundible, mi reflejo. Pero el que lo veía no era yo. Y si lo era no había manera de estar seguros


Había algo en el aire que era inaprensible, y que causaba temor sólo pensarlo.


(era la luz, y el aire que se escapaba de mis pulmones)


Esta vez estuve tan cerca que casi lloré, pero siempre las voces fueron más fuertes. 


No quedó más que prender la luz, me tallé los ojos, y regresé a trabajar.

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