Dejé de fumar desde que inició el año. Y sí, me gusta presumirlo. Fumo desde los diecisiete, aunque mi primer cigarrillo lo probé a los doce, experiencia asquerosa que no quiero recordar.
No es la primera vez que dejo de fumar. Recuerdo haberlo dejado "de manera definitiva" por lo menos unas cuatro veces. Ninguna de ellas fue, como te imaginarás, definitiva en verdad. Lo mantiene ahora a raya el asco que me provoca pensar en el humo llenando mi boca; asco que me ataca, incluso, al fumar sustancias ilegales que son, irónicamente, menos dañinas.
¿Por qué el gusto por el humo? El fumar se vende como un placer, y lo es, de hecho. Un placer estético que incluye los cinco sentidos en armoniosa comunión alrededor de una punta de brasa ardiente.
A mí me encanta cómo me veo cuando fumo. Me siento adulto interesante, hombre de mundo, intelectual de izquierdas que en el cigarro encuentra el punto exacto de reflexión y admirabilidad. El cigarrillo que pende con delicadeza del labio, que se encierra entre dos dedos mientras se agita la mano llenando el ambiente del humo azulado y el suelo de ceniza, es más que un símbolo de una etapa oral no superada. Es signo del silencio significativo del que pausa su discurso para enfatizar la importancia de sus palabras. El orador afirma, señala, da una chupada que llega hasta el fondo de sus pulmones y, lentamente, exhala, al tiempo que sus palabras surgen como hijas del humo que resulta del proceso de combustión de las ideas.
Caminar sin rumbo fijo, sin más brújula que las ganas de caminar. Es un ejercicio que se disfruta más con una cajetilla en el bolsillo y un encendedor adentro de ella. Detenerse en cualquier lugar a darse fuego y dar la primera calada volteando a ver a izquierda y derecha, como espiando a la realidad y detenerse, reflexivamente, asumiendo que nuestros pasos nos llevarán, después de todo, a un lugar verdadero. Ejercicio de vagos y locos o genios que añoro, pero que, curiosamente, supongo ya no desear.
No sé si esta vez sea la definitiva, y el tabaco por fin se encuentre fuera de mi sistema. No planeo hacer ejercicio (horror), ni proclamar una vida más sana que no llevo. Simplemente me gusta pensar que soy amo de mis vicios.
Aunque eso no sea cierto.
No es la primera vez que dejo de fumar. Recuerdo haberlo dejado "de manera definitiva" por lo menos unas cuatro veces. Ninguna de ellas fue, como te imaginarás, definitiva en verdad. Lo mantiene ahora a raya el asco que me provoca pensar en el humo llenando mi boca; asco que me ataca, incluso, al fumar sustancias ilegales que son, irónicamente, menos dañinas.
¿Por qué el gusto por el humo? El fumar se vende como un placer, y lo es, de hecho. Un placer estético que incluye los cinco sentidos en armoniosa comunión alrededor de una punta de brasa ardiente.
A mí me encanta cómo me veo cuando fumo. Me siento adulto interesante, hombre de mundo, intelectual de izquierdas que en el cigarro encuentra el punto exacto de reflexión y admirabilidad. El cigarrillo que pende con delicadeza del labio, que se encierra entre dos dedos mientras se agita la mano llenando el ambiente del humo azulado y el suelo de ceniza, es más que un símbolo de una etapa oral no superada. Es signo del silencio significativo del que pausa su discurso para enfatizar la importancia de sus palabras. El orador afirma, señala, da una chupada que llega hasta el fondo de sus pulmones y, lentamente, exhala, al tiempo que sus palabras surgen como hijas del humo que resulta del proceso de combustión de las ideas.
Caminar sin rumbo fijo, sin más brújula que las ganas de caminar. Es un ejercicio que se disfruta más con una cajetilla en el bolsillo y un encendedor adentro de ella. Detenerse en cualquier lugar a darse fuego y dar la primera calada volteando a ver a izquierda y derecha, como espiando a la realidad y detenerse, reflexivamente, asumiendo que nuestros pasos nos llevarán, después de todo, a un lugar verdadero. Ejercicio de vagos y locos o genios que añoro, pero que, curiosamente, supongo ya no desear.
No sé si esta vez sea la definitiva, y el tabaco por fin se encuentre fuera de mi sistema. No planeo hacer ejercicio (horror), ni proclamar una vida más sana que no llevo. Simplemente me gusta pensar que soy amo de mis vicios.
Aunque eso no sea cierto.
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