7/31/2012

De las moscas.

Y las moscas ¿qué pedo?


Zumbonas y poco atractivas, molestas en el mejor de los casos. Asesinas en el peor. Las moscas son la cereza en el pastel de una vida podrida. Un recordatorio constante de que pudimos ser mejores.


Fascinadas por la luz, las moscas son, sin embargo, las mascotas de las cosas oscuras. Las glotonas de la muerte, las devoradoras de cuerpos que se llevan en las patas los retos más ínfimos de nosotros, cambiando así, de forma más que efectiva nuestro ser.


Lo dulce les resulta tan irresistible como lo inmundo, pero la gran diferencia estriba en que lo dulce no puede ser apreciado una vez que una mosca se ha parado sobre él, legalmente pierde calidad y se arriesga a ser despreciado para siempre. Mientras que lo inmundo aumenta en inmundicia y se vuelve sublime. Nada como una multitud de negras balas zumbantes que revolotean y vuelven, como hipnotizadas, a posarse sobre un fresco trozo de mierda.


Yo, en lo particular, no las soporto. Son un recordatorio demasiado insistente de mi mortalidad y de la mortalidad del mismo universo. Por eso las mato con sumo placer. Ocupación que, además, no resulta nada fácil. Las moscas presienten el ataque, se saben odiadas y vuelan lejos antes que la mano o el instrumento utilizado en su exterminio caiga sobre ellas. Se burlan un momento y regresan, siempre regresan, pues a dónde más iban a ir.


Aunque a veces la providencia nos ayuda, y es entonces que el golpe atina, dejando una mancha de sangre (¿en verdad es sangre?) embarrada en la superficie donde antes se paraba orgullosa la bicha. Una madeja de patas y algo amarillo que es el relleno apestoso de tanta mugre consumida.


Y en ese momento, no puedo dejar de preguntarme. 


A la mosca ¿le duele cuando la aplastas?




No hay comentarios:

Publicar un comentario